¿Qué pasa, Blas? Quita del medio, anda. Déjame entrar en casa por lo menos. Joder con el gato, si por ti fuera tendrías el piso para ti solo. ¿Qué? ¿Qué pasa? Venga quita. ¡Blas! Que estos son los pantalones buenos, me los vas a llenar de pelos. Pero ¿qué quieres? No maúlles tanto, hombre. Voy a acabar mandándote a la mierda, te lo juro. ¡Y dale! Oye, si tienes hambre ahí tienes tu plato con tu… ¡Ay, joder!… No te eché comida esta mañana. No, si cuando uno es idiota está claro que lo es para todo. Ven, colega, ahora mismo lo solucionamos. Lo siento, de verdad. Si es que… En fin, da igual. Hala, ya está. Ahora come despacio no te vaya sentar mal encima y la liemos otra vez, que bastante empacho te cogiste ya el día que te traje de la calle, ¿te acuerdas? Oye… Más despacio. Eso es. Por lo menos tú no rechazas mi comida, no como ese gilipollas… Un tío que ha venido al restaurante con una. Decía que mi codorniz estaba seca por dentro y que no se la pensaba comer. Si hay algo que sé cocinar bien te aseguro que es la codorniz. Pues no le ha gustado al señorito de los cojones. Así que ¿sabes lo que he hecho? He salido de la cocina y le he dicho que hiciera el favor de comérsela y no desperdiciar ni la punta del ala. Pues cogió, se levantó de la mesa con la tía y se fue, sin pagar ni nada. Y adivina lo que pasó después: me echaron. Así, a la puta calle. No he durado ni tres semanas. Trae, que te hecho más agua. Esto me pasa por bocazas, Blas. Tienes suerte de no poder hablar. ¿Ya no comes más? Te habrás quedado a gusto, sinvergüenza. Ahora me ha entrado hambre a mí. Voy a hacerme una tortilla o algo. Qué vida, Blas… En realidad no me importa tanto que me hayan despedido. Es verdad que ya van tres cocinas y que algo tendré que hacer con mi vida, pero bueno. Lo que de verdad me cabrea es la gente que no sabe valorar la comida. Y la hay a puñados (bate los huevos con fuerza). No sé quien me dijo que la tortilla francesa se llamaba así porque en la Guerra de Independencia, cuando vino Napoleón y todo eso, se acabaron las patatas y la gente que pasaba hambre tenía que hacer la tortilla solo con el huevo. No sé si es verdad, pero tiene sentido… Hace poco leí no sé donde que cada día se mueren de hambre veinticuatro mil personas. Y no creas que hace falta irse a África ¿eh? Esto pasa mucho más cerca de lo que creemos. Y mientras la mayoría de cocineros que conozco no desean otra cosa que montar un restaurante donde servir platos a cien pavos. El otro día me encontré con un imbécil que había estado en clase conmigo. ¿Sabes qué me dijo? Que mataría por una puta Estrella Michelín. Solo en eso piensan los cabrones. Y la gente… Pues eso, muriéndose de hambre (se sirve la tortilla en un plato). ¿Sabes? Me gustaría dar de comer a esas personas, cocinar para ellas. Siempre lo que querido. Y seguro que no me vendrían con el cuento del gilipollas este del restaurante. A veces le he dado vueltas a la idea de irme a algún sitio de voluntario o algo así, lejos de toda esta parafernalia. Puede que sea este el momento de hacerlo. ¡Eh! No me mires así, colega. Tú te vendrías conmigo, por supuesto. No sé, mañana podríamos mirarlo ¿qué te parece? Informarnos un poco. Ahora voy a zamparme la tortilla antes de que me den ganas de comerte a ti y luego a dormir. Tengo un sueño que alucinas.
«Un hueco para la luz», de Noelia Toribio
Poemario Áccesit del Premio de Poesía David González, 2024. Editorial Páramo.